lunes, 22 de junio de 2015

El mundo y aparte de Angela Dalinger

Hace unos días, tuve la suerte de pasearme por una pequeña exposición en Valencia que poco tenía que ver con lo que acostumbro a ver; una muestra esperanzadora de perfecta simbiosis entre ilustración e imaginario propio.

La ilustración siempre ha sido un territorio a la deriva que ha sufrido gran cantidad de desavenencias; sobretodo, por parte de una clientela exigente pero dada a infravalorar la labor de la profesión. Fruto de esta situación, los ilustradores han llegado a tales límites de desgaste que han optado por contactar con una nueva enemiga: la moda. Son muchos los que se han agarrado a este bote salvavidas, si bien son conscientes de que puede pincharse en cualquier momento.  La tendencia actual no constituye una forma segura de sueldo y trabajo, pero sí parece abrir las puertas a otra palabra peligrosa de la que se está abusando, como la “difusión”. La moda, al ser precisamente, moda, gusta porque son formas que no necesitan más pensamiento que el de un gusto estético predeterminado, masivo y, por tanto, reconocible. Obviamente, el lector más astuto habrá podido adivinar que si gran número de ilustradores optan por este camino, el resultado no es más que una sobresaturación de formas de hacer basadas en patrones repetitivos, insulsos e impersonales.

Sin embargo, hay quienes resisten en este jolgorio aunque sea, como siempre, a contracorriente. Es el caso de algunos artistas (ya no se les puede llamar simplemente “ilustradores”) como Angela Dalinger, la cual nos sorprende con un mundo extraño pero no alejado de la cotidianeidad.

Dalinger desata una verdadera autenticidad en sus personajes de expresión hastiada; acompañados de seres sobrenaturales; rodeados en paisajes nocturnos de azul intenso; en aparcamientos vomitivos o insertos en habitaciones gastadas por otro tiempo. Todo esto se ve reforzado por un trazo pensado para ser imperfecto; Dalinger no pretende ningún artificio más allá de la expresión espontánea, una expresión que recuerda a los primeros artistas naif.

Todas sus obras, de pequeño tamaño, se reproducen con un cuidado detallismo con cierto aire a película de terror de los 80.  Un mundo grotesco que puede visitarse en Sebastian Melmoth hasta el 1 de julio.

Inauguración de la exposición de Angela Dalinger

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