(y "Wiener Aktionismus", parte II)
Seguimos con el cuerpo, pero parece
inevitable dejarlo. No se puede olvidar, tirar tan fácil como los despojos de
piel de Francesco Albano; es el cuerpo a lo que no podemos renunciar sin pagar
el alto precio de la vida. Volvemos a la cárcel, al daño. Por eso, no es
extraño que el cuerpo se coloque en el punto de mira de muchos artistas ──¿o es
el cuerpo el que mira? Y lo hace de cualquier modo; se muestra tal y como es, como es natural: en su propia (perdón) mierda. Suena esquizoide, trémulo, pero
haciendo un repaso por la historia de lo grotesco, el cuerpo se presenta como
el objeto que recoge en sus carnes el peso de nuestra miseria.
En su condición frágil, el organismo
es verdaderamente repulsivo ¿Y qué hay en este mundo, más asqueroso, más repugnante
que un cuerpo? Ni si quiera abierto ya en canal, mostrando toda evisceración; solo
en un simple vistazo ofrece los estigmas de toda condición, en este caso,
humana. La verdadera repugnancia, el puro pavor se encuentra enclaustrado,
justamente, en su mismísimo ser: el horror de pertenecerle a un cuerpo que no
se siente como propio. La irrealidad del cuerpo, un auténtico calvario para Artaud
(1896-1948), quien en sus dibujos deseaba refrenarlo; seccionar ese apéndice
asqueroso que le ataba a una realidad que él no había pedido. Ni deseado, y que
se veía obligado a lidiar con ella. Hasta sus últimos días. Y así lo hizo desde
edad bien temprana, dejándose arrastrar por su locura por un sinfín de
psiquiátricos.
Esquizofrenia. Lo que les une en el
tiempo a Artaud y David Nebreda. Y la edad, diecinueve; con la que entraron
definitivamente en un viaje sin retorno al abismo de uno mismo. La propia
razón, inserta en el cuerpo, enferma. ¿Quién o qué lo causa? Lo ignoramos; en
la desposesión del yo uno no sabe qué pensar. No hay ciencia, no hay método que
resuelva el desajuste cuerpo/pensamiento. Sólo queda, la vejación, infligir
dolor al cuerpo por pura disconformidad o, tal vez, en busca de la liberación.
A través del poema, la palabra que escupe el cuerpo en pulsión de la mano; por
medio de la propia expresión; a partir del propio cuerpo. El peso sí mismo, su
huella, su machaque, su dejadez, muestra todo desinterés; insistir, cortar y
seguir cortando, en él, hasta que por fin desaparezca. Siempre desde el propio
cuerpo. No puede haber ficciones; el arte del cuerpo es cuerpo. Y así lo
muestran las fotografías de Nebreda, quien, encerrado en su piso de Madrid,
recurre a la fotografía como vía de escape de su realidad.
Infligirse dolor es de loquero; y
estos casos lo demuestran (¿ah, sí?) Pero tal vez en su sesera, en su coherente
esquizofrenia, residía la enfermedad sensata de no fiarse de su cuerpo. Pero
quien ve a un visionario, ve también
a un loco; aún no estamos preparados para el cuerpo. Y con esto quiero referirme
al verdadero drama del cuerpo: la negación de uno mismo. Nebreda y Artaud, son
ese punto y aparte de la sociedad. “No es un artista, señor mío; solo es un loco”.
Pero no estamos aquí para discutir
el cuestionamiento del loco o del arte, o de ambas cosas (el loco artista o
artista loco). Repito; aún no estamos preparados para el cuerpo. Ya que dejé un tanto descolgado el tema
del Accionismo Vienés, prometiendo una segunda parte, me ha parecido oportuno
incluir, en este repaso del cuerpo, a otros dos exponentes austriacos: Otto
Muehl y Günter Brus. Sus obras proclaman, por los cuatro costados, una macabra
ironía: si hemos de convivir con nuestro organismo y todo lo que en el exterior conlleva, no queda más remedio que
simpatizar, jugar con él, como el niño que se entretiene aplastando hormigas.
Brus, tomó al cuadro como
acontecimiento y lo llevó hacia su radicalidad, pasando primero como pintura tridimensional, para finalmente
convertirse en performance. Esta progresiva corrección viene marcada, sin lugar
a dudas, por una necesidad; y es que el cuerpo, para sentirse en su
profundidad, en su peso, es necesario hablar desde él. En Brus, el cuerpo se
coloca, como naturaleza muerta, frágil en sus andanzas por el mundo, cortándose
con todo objeto a su disposición. Las incisiones a las que Brus somete a su
cuerpo, son ofrecidas como ritual, como mártir de su relación consigo mismo y
el exterior; la opresión del cuerpo y todo aquello que se le va imponiendo
sobre la espalda: sociedad, religión, política. Resistencia como respuesta a lo
que pesa. En un principio, la pintura oprimía los poros de la piel; después, la
sangre derramada del corte quiso liberarse del yugo del cuerpo. Escapar.
Günter Brus, Zerreissprobe, Aktionsraum München (1970) |
El cuerpo como elemento conductor y
mensaje directo de lo abyecto; ese es Muehl. Pero el gurú de los escándalos, llegó
aún más lejos; lo que le costó siete años de prisión y no sin razón. Se escapó
de su cuerpo e involucró a un gran número de personas, incitándoles a formar
parte de una nueva sociedad supuestamente libre; eso sí, que estuviera liderada
por él. Bajo su mandato, todas sus perversas enajenaciones fueron conducidas,
experimentadas y ejecutadas por más de seiscientas personas, incluyendo
menores. La magnitud del problema es evidente; no es un pirado más que solo se lesiona a sí mismo; es un pirado que dirige y gobierna un festín
de lo indigesto, del cual no hay escapatoria hasta para aquellos que se
arrepienten de haber formado parte. La línea cuerpo-violencia-liberación, es un
juego peligroso cuyas andanzas pueden revertirse fácilmente;
perversión-enajenación-inmoralidad. Aún no estamos preparados para el cuerpo. Ni si quiera los artistas, quienes cerca de lidiar con él, se han despeñado en los límites de uno mismo.