Hay quienes no saben si quiera que las caras que encontraban
en edificios, perfiles metálicos, manchas en el suelo y flores tenía un nombre.
Y es que a veces hacemos cosas que ni imaginamos que existen (si entendemos la
existencia de algo desde el punto de vista de lo nombrable). Hay incluso
pareidolias que han saltado a la fama; tan evidentes, tan reconocibles como las
caras de Belmez, pasando por el caso risorio del rostro de Jesucristo
apareciéndose en el pan de molde quemado. Y a pesar de su disparidad, en todos
ellos existe un pálpito siempre ligado a la sorpresa que, a veces, nos juega
malas pasadas. Esto se debe, entre otras cosas, a ese término que últimamente
se escucha demasiado, pero no deja de ser una realidad: la conciencia
colectiva.
Recuerdo una anécdota de cuando mi familia y yo veraneábamos
en la costa. Mi abuelo, como todas las tardes, iba a visitarme. En una de esas
ocasiones, llegó muy entusiasmado porque que acababa de ver una ballena varada en la
playa. Me llevó con él a verla con mis propios ojos. Era un día gris, lluvioso
y frío, por lo que cuando nos asomamos al mar desde la barandilla del muro, no
había nadie ni en el agua ni en la arena. “¿La ves?”, me dijo sonriendo,
esperando a ver si seguía su juego. “¡Allí!”, exclamé señalando una roca que en
aquel momento, con la marea alta, se parecía a una aleta y una cabeza de
grandiosa boca.
El encontrarse con una forma o no viene dado, en cierta
medida, por esa sugestión; de todas formas, ya sabía que lo que buscaba era una
ballena. Y aunque es cierto que mi abuelo no me desveló el hecho de que no era
un animal como tal lo que debía buscar, es evidente que existe una reacción, un
estímulo que hace click en la mente: la sorpresa. Y una vez que es descubierta,
todo adquiere un sentido para nosotros aunque la evidencia no esté del todo
clara.
Paradójicamente, esta sorpresa se vuelve inquietante cuando estas formas se identifican o parecen más cercanas a la fisionomía que más
conocemos: la humana. Sin duda, los rostros son la pareidolia por excelencia;
sencillamente con reconocer dos formas paralelas, una línea vertical entre ambos y otra
horizontal en perpendicular, es fácil conseguir que todo nos resulte una cara. Nos
encontrarnos rostros en elementos demasiado difusos incluso como para pretender
que se asemejen vagamente a algo. ¿Hasta dónde llegan los límites de la
evidencia y dónde empezará la “paranoia”?
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