viernes, 20 de diciembre de 2013

Su cara es un poema

Van Minnen Tie Died 2013
Van Minnen Piggy Boy 2012
      Christian Rex Van Minnen ( click en su nombre para ver su página en facebook) tiene ese gesto contemporáneo que pretende una revisión del pasado y una nueva mirada en el presente. Abriéndose paso a través del reducto mitificador y mitificado del arte, gracias a las redes sociales, este joven artista estadounidense ha conseguido una cierta aceptación tomando retratos y bodegones de maestros holandeses del siglo XVII y llevándolos a nuestros días con sus pertinentes modificaciones. Como con todo lo que se rescata desde la actualidad, las obras sufren esa transformación contemporánea hacia derroteros de la ironía. Siempre la ironía, en este caso, construida a base de monstruos blandos, carnes voluptuosas y descolgadas, evisceraciones y fluidos arcoíris que constituyen los nuevos rostros del asco.

       Pero es un asco cuidado y, por tanto, aplaudido. A pesar de la fascinación que pueda surgir en torno a este emergente artista, Rex Van Minnen no crea nada nuevo, solo una adecuación de la técnica pictórica con la que somete a sus monstruos particulares. Su educación jesuita de servicio y del buen hacer parece estar reflejado en estas formas pictóricas minuciosas y trabajadas, reflejando ciertas solturas que, como las imágenes que toma, se encuentran desfasadas. No quiero decir con esto que el cuidado no debe acompañar a la obra contemporánea, sino que hay ciertos manierismos ya olvidados que se rescatan en un gesto un tanto kitsch.

      Por ello se queda en eso, en buen hacer. La abyección es una excusa para tratar la imagen; una forma “bonita” que, en el caso de Rex van Minnen, hay quienes la califican de pop ── como un halago──, por el hecho de que él mismo reconociese ciertas reminiscencias del estilo cómic. Pero simplemente eso, se queda en estilo pop y no en pop propiamente dicho; son rostros que nos sugieren personajes olvidados, es decir, personajes que no nos son conocidos, ni iconos de una realidad actual. No hay ninguna unión, ninguna conexión con la actualidad más que la de la inoculación de los monstruos, fobias universales que sobreviven a todo tiempo. Los monstruos se desbordan más allá desde los rostros de los personajes, perdiendo toda posible identificación.

        Pero ésta, sin duda, se convierte en una limitación estética. Sus series causan sensación por la red, si bien lo hace por medio de un estilo al que se ha acomodado por su efectivo efecto (valga la redundancia) superficial. No se produce ningún pavor, no hay una intención detrás del monstruo (insisto), solo mero alarde descriptivo. Funciona, claro que sí; atrae, es evidente. Pero, ¿qué hay más allá de lo variopinto? ¿A caso está la pérdida identidaria o solo el monstruo? Por no hablar de que, en el caso de que sea cierta la intención del primero, los personajes retratados forman parte de la aristocracia y, por tanto, solo estaríamos hablando de una parte de la sociedad. Incluso si es esto la intención del discurso, aún seguiríamos con el problema del contexto. No hay ninguna pulsión, ni una persecución que hace que no se quede solo en decoración. No hay nada más detrás de la imagen, solo un disfrute estético, una idea también rescatada que nada tiene que ver con el espíritu de las primeras actuaciones contemporáneas llevadas por la vanguardia. “Todo es sencillamente lo que parece ser” (El Hurgador [Arte en la red]) y resulta que es este rasgo, más cerca de ser un comentario connotado peyorativo, satisface al espectador, y no al contrario.

      Sin embargo, el “todo es sencillamente lo que parece ser”, me lleva a recordar a Arcimboldo, puesto que en él se cumple esta afirmación, a lo que añado: pero es algo más de lo que parece ser . Cierto es que alguna de las composiciones tan cuidadas de Rex Van Minnen sugieren ciertos parecidos peligrosos con obras de Arcimboldo. Peligroso, ya que al contrario que Rex van Minnen, en las obras de Arcimboldo encontramos una metáfora continua en el que se proyectan varios sentidos, varias lecturas hacia el infinito: ¿vemos frutas o una cara; es acaso el rostro del invierno, si es que éste tuviera rostro, gracias a la composición frutal que identifica una estación? Podemos identificar, sus partes, recrearnos en ellas; eso sí, asumiendo que nuestra percepción no logra la imagen total a golpe de vista, si no por su fragmentación. Solo así, podremos ver primero las frutas, después la cara (o viceversa), y caer en la cuenta de que una misma imagen simultáneamente acoge varios sentidos. Pero el circuito no se cierra, si no que para ver un sentido y pasar a otro, necesitamos despojarnos del anterior; y así sucesivamente, en un movimiento rotatorio. Esto no sucede, por el contrario, con Rex Van Minnen; sencillamente, ya no hay rostro. No hay identificación posible, a pesar de que nos encontremos ante un retrato, de hallar cara alguna. Pero sí lo hacemos de los elementos que sustituyen a los de la cara; esa es la palabra: sustitución. Mientras que los objetos naturales de Arcimboldo guardan ciertas analogías con las partes de la cara, en una especie de juego de espejo en que la nariz es la mazorca y la mazorca es nariz, los elementos que escoge Rex Van Minnen no se rigen por esa lógica. Es más bien un azar que hace poco probable la visualización de una estructura en el recorrido de su obra. Y parece que es ese azar de las partes el que explota, volviendo a insistir en la excusa del monstruo, de la maravilla como atracción y fundando un solo sentido pobre en cuanto contenido: pura estética del monstruo.

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