Planos fijos que parecen alargarse más de lo indecible,
sucesión de secuencias hilvanadas sin un orden convencional, una estética que
recuerda al expresionismo alemán, escenas grotescas, atmosfera onírica,
carácter abstracto, surrealismo, dadaísmo, cadencia que se acelera conforme se
acerca el final…
Una gran esfera de superficie rugosa invade la pantalla, a
ésta se sobrepone la cabeza de un hombre con un llamativo copete rockabyllesco,
de su boca surge una especie de feto de unas doce semanas, espécimen recurrente
a lo largo de la película.
De fondo se escucha un ruido constante, reiterativo,
provocando una sensación de malestar y angustia que se prolonga a lo largo de
los 85 minutos que dura el film.
Llegados al minuto 20, por fin escuchamos una voz, la del
protagonista. Henry, el del tupé, dialoga con su vecina, la cual le informa de
que una tal Mary quiere que vaya a cenar con sus padres esa misma noche, todo
ello mientras enseña sugerentemente el escote.
Los personajes que van apareciendo resultan inquietantes, su
comportamiento nos desconcierta y nos espeluzna. El padre de Mary retiene su
sonrisa durante varios minutos, la abuela es tratada como un ser inerte, la
madre intenta besuquear al protagonista en un gesto absolutamente fuera de
lugar…
Henry abre la puerta y sonríe al ver a Mary cuidando de su
hijo.
El “bebé” se revela como una criatura inmunda. Su aspecto nos conecta con
la imagen de un carnero desollado inserto en un molde de feto engrandecido, las
quejumbrosas y secas toses, junto con los gemidos lastimeros, acentúan aún más
la idea de desagrado que nos inspira.
Mary, desquiciada, abandona el hogar, dejando al reciente
padre a cargo del niño y ahogado en un mar de ensoñaciones pesadillescas.
Se sumerge en el mundo de la joven de mejillas atumoradas
que proclama “In heaven everything is fine” y pasito a pasito pisotea con saña
los “gusanos fetales” que llueven. Al ser aplastados sueltan un líquido
viscoso, las excreciones en esta película son una tónica constante.
El pollo del tamaño de un puño que se sirve en la mesa,
mueve los muslos de arriba abajo a un animado ritmo, mientras suelta una
sustancia identificable como sangre. La cámara se recrea en la actividad del
fluido, realizando primeros planos y manteniendo la imagen durante más tiempo del
necesario. El culmen de éste recreamiento en las supuraciones, en el gusto por
lo visceral y abyecto, lo encontramos en una de las últimas escenas. Henry abre
la cobertura de vendas que envolvía a su criatura y le perfora un órgano;
conforme agoniza, una materia grumosa (comparable con el engrudo) amenaza con
no dejar de salir.
Dejando los aspectos estéticos a un lado, sería conveniente
analizar brevemente la obra en clave simbólica.
El engendro del que la simiente es artífice, la escena en la
que la cabeza de Henry sale despedida y es sustituida por la cabeza del hijo,
la foto cortada de Mary, etc, es posible que representen el miedo a formar una
familia, a generar un legado, el pavor de que éste te sustituya.
El hombre que acciona palancas dentro del mundo que aparece
al inicio, se revela como un demiurgo, que maneja las circunstancias a su
antojo.
El título, “ Eraserhead”(cabeza borradora), viene dado por
la escena en la que la cabeza del protagonista es transportada a una fábrica de
gomas, donde es intervenida. Haciendo quizás mención a un reseteo, a un
reinicio.
Teniendo en cuenta su naturaleza estética, simbólica y
tremendamente visual, cabe entender que para un amplio público resulte una
película lenta, tediosa, confusa y apenas comprensible.
85 largos minutos que reclaman toda tu atención y que te tientan
con el sopor.
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