viernes, 8 de noviembre de 2013

“La persona más inmunda del mundo”

Huevos; huevos grandes; extragrandes, medianos y pequeños; huevos duros; huevos blancos; huevos marrones; tan frescos que no se lo pueden ni creer; exactamente para comérselos escalfados, fritos, revueltos, o simplemente batirlos para hacerse una magnífica tortilla. “¿Qué va a querer la bella señora a quien le gusta los huevos por encima de todas las cosas?” Edie, obesa e inmóvil en su cuna, se aferra a los barrotes contemplando al huevero, todavía con restos de yema de la anterior ración resecos en la comisura de los labios. Las palabras indecorosas del huevero han desatado otra vez su amor voraz por tal apetitoso manjar; manjar que se antoja repulsivo cuando el espectador es incapaz de desviar la mirada de la goteante y anaranjada barbilla. Y aún así, estaríamos hablando de la escena menos escabrosa y más liviana de Pink Flamingos, una comedia negra dirigida en 1972 por John Waters. 

No recomendada para mentes sensibles, la película cuenta con una protagonista de lujo. Sin duda, John Waters fue a dar con un personaje que ya era personaje en vida real; icono de los setenta, la drag queen Divine (cuyo nombre real es Harris Glenn Milstead) se muestra como es, se interpreta a sí mismo en pantalla. Sus kilométricas cejas pintadas no ponen en duda su femeninidad: Divine está lista para contonear sus caderas mientras humea un enorme filete a la puerta de su caravana. Edie, su perturbada madre, su hijo Crackers, un delincuente, y su compañera sentimental voyeaur, componen este panorama familiar del mal gusto.


Como si de un título nobiliario se tratase,  Divine se encuentra orgullosa de ostentar el puesto de ser la persona más inmunda del mundo. Sin embargo, hay quienes harán todo lo posible por destronar a la reina de lo grotesco y ocupar su lugar. El matrimonio Marble se dedica al honrado oficio del rapto de mujeres, la venta de bebes y de heroína a las puertas de los colegios. Ambos consideran que sus negocios son el reflejo de una vida entregada al reparto de inmundicia con ánimo de lucro. 

Edie, la enorme madre de nuestro protagonista (¿o nuestra?) sufre tales desajustes, que cuando comienza a divagar entorno al huevo, llega un momento en que pareciera querer decir “¿qué fue primero, el huevo o la gallina?”; desvaríos enfermizos que parecen elevarse a cuestiones metafísicas. Y todo ello,  a ritmo de viejos éxitos de Rock ‘N’ Roll de los cincuenta y sesenta.

Sin embargo, entre todas estas visiones de inmundicia que acaparan la pantalla, el discurso enérgico en el que Divine considera su forma de vida como política, es realmente revelador; una crítica explícita que evidencia a la pudorosa sociedad americana y, a su vez, al extraño gusto que tienen por lo obsceno, como señalaría  Vicente Verdú en el ensayo Planeta Americano. Este extrañamiento hacia lo grotesco sugiere, a la vez e inevitablemente, un acercamiento morboso.  Además, actualmente, y debido a la influencia americana, también puede extrapolarse a la sociedad europea.

Tal vez  fue esta una de las razones por la cual la película, curiosamente, y en contra de lo habitual, tuvo una gran acogida tanto por la crítica como por el público. De hecho, este vídeo recoge las opiniones de lo que supuso en los setenta:

En esta competición por ver quién es el más inmundo, se provoca un desajuste, una inversión de la moral social: ser inmundo es sinónimo de prestigio social. Cuando Divine hace de un asesinato un espectáculo pseudomediático (acuden a la escena periodistas que ella misma llamado, pero no les permite la difusión del acto), elabora un discurso político en el que crea su propia justicia; los periodistas, en ese enfoque frío de la realidad que les caracteriza, se despiden de Divine, sin escrúpulos,  sin hacer ningún tipo de juicio moral.  

Otras de las razones por las que Pink Flamingos es un éxito, a pesar de que no se encuentre en el circuito comercial, se localiza en ese gusto por el mal gusto (valga la redundancia) que marca el carácter convulso de los setenta. Ya no se respira ese ambiente de paz y amor que encabezaba el movimiento hippie de los sesenta.  Sus últimos años evidenciaron su fracaso y también un cambio que se reflejaría en la nueva década que estaba por llegar: es la búsqueda de lo sucio, del subproducto; las sesiones de madrugada en EE UU y los autocines, favorecieron esa distribución de lo marginal. Pero como todo, cuando lo subcultural se hace tendencia, pierde todo su sentido y pasa a formar parte de la cultura.

John  Waters y Divine (1970). San Francisco. Archivos del Cine Weslevan
 “An exercise in bad taste”. En la apoteosis del mal gusto, el underground triunfaba, y por ello, dejaba de ser underground.
  

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