Huevos; huevos grandes; extragrandes, medianos y pequeños; huevos duros;
huevos blancos; huevos marrones; tan frescos que no se lo pueden ni creer; exactamente
para comérselos escalfados, fritos, revueltos, o simplemente batirlos para
hacerse una magnífica tortilla. “¿Qué va a querer la bella señora a quien le
gusta los huevos por encima de todas las cosas?” Edie, obesa e inmóvil en su
cuna, se aferra a los barrotes contemplando al huevero, todavía con restos de
yema de la anterior ración resecos en la comisura de los labios. Las palabras
indecorosas del huevero han desatado otra vez su amor voraz por tal apetitoso
manjar; manjar que se antoja repulsivo cuando el espectador es incapaz de desviar
la mirada de la goteante y anaranjada barbilla. Y aún así, estaríamos hablando
de la escena menos escabrosa y más liviana de Pink Flamingos, una comedia negra
dirigida en 1972 por John Waters.
No recomendada para mentes sensibles, la película cuenta con una
protagonista de lujo. Sin duda, John Waters fue a dar con un personaje que ya
era personaje en vida real; icono de los setenta, la drag queen Divine (cuyo nombre real es Harris Glenn
Milstead) se muestra como es, se
interpreta a sí mismo en pantalla. Sus kilométricas cejas pintadas no
ponen en duda su femeninidad: Divine está
lista para contonear sus caderas mientras humea un enorme filete a la puerta de
su caravana. Edie, su perturbada madre, su hijo Crackers, un delincuente, y su compañera
sentimental voyeaur, componen este panorama
familiar del mal gusto.
Como si de un título nobiliario se tratase, Divine se encuentra orgullosa de ostentar el
puesto de ser la persona más inmunda del
mundo. Sin embargo, hay quienes harán todo lo posible por destronar a la
reina de lo grotesco y ocupar su lugar. El matrimonio Marble se dedica al honrado oficio del rapto de mujeres, la
venta de bebes y de heroína a las puertas de los colegios. Ambos consideran que
sus negocios son el reflejo de una vida entregada al reparto de inmundicia con
ánimo de lucro.
Sin embargo, entre todas estas visiones de inmundicia que acaparan la
pantalla, el discurso enérgico en el que Divine considera su forma de vida como
política, es realmente revelador; una crítica explícita que evidencia a la
pudorosa sociedad americana y, a su vez, al extraño gusto que tienen por lo
obsceno, como señalaría Vicente Verdú en
el ensayo Planeta Americano. Este extrañamiento hacia lo grotesco sugiere, a la vez e inevitablemente, un
acercamiento morboso. Además, actualmente, y debido a la
influencia americana, también puede extrapolarse a la sociedad europea.
Tal vez fue esta una de las razones por la cual la película, curiosamente, y en contra de lo habitual, tuvo una gran acogida tanto por la crítica como por el público. De hecho, este vídeo recoge las opiniones de lo que supuso en los setenta:
Tal vez fue esta una de las razones por la cual la película, curiosamente, y en contra de lo habitual, tuvo una gran acogida tanto por la crítica como por el público. De hecho, este vídeo recoge las opiniones de lo que supuso en los setenta:
En esta competición por ver quién es el más inmundo, se provoca un
desajuste, una inversión de la moral social: ser inmundo es sinónimo de
prestigio social. Cuando Divine hace de un asesinato un espectáculo
pseudomediático (acuden a la escena periodistas que ella misma llamado, pero no
les permite la difusión del acto), elabora un discurso político en el que crea
su propia justicia; los periodistas, en ese enfoque frío de la realidad que les
caracteriza, se despiden de Divine, sin escrúpulos, sin hacer ningún tipo de juicio moral.
Otras de las razones por las que Pink
Flamingos es un éxito, a pesar de que no se encuentre en el circuito
comercial, se localiza en ese gusto por el
mal gusto (valga la redundancia) que marca el carácter convulso de los
setenta. Ya no se respira ese ambiente de paz
y amor que encabezaba el movimiento hippie
de los sesenta. Sus últimos años
evidenciaron su fracaso y también un cambio que se reflejaría en la nueva
década que estaba por llegar: es la búsqueda de lo sucio, del subproducto; las sesiones
de madrugada en EE UU y los autocines, favorecieron esa distribución de lo marginal.
Pero como todo, cuando lo subcultural se
hace tendencia, pierde todo su sentido y pasa a formar parte de la cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario