sábado, 30 de noviembre de 2013

La Nueva Carne

         “Soy el mundo del video personificado […] larga vida a la carne nueva”. Con estas palabras, Max Renn (James Woods) olvida el drama, el horror de la metamorfosis, en pos de una nueva era en que la fusión de carne y máquina es realidad.
 Como una premonición prefuturista, el cineasta canadiense David Cronenberg  crea en sus filmes un mundo sumido en el caos de la abyección maquínica, en el que el organismo ya no se contiene en sí mismo y a la vez es máquina. Pero no es una metamorfosis cualquiera; Cronenberg plantea una fusión adaptada a un mundo en que lo monstruoso necesita ser readaptado. El imperio de la cultura de masas ya no puede seguir transformando a sus figuras de terror en clásicos monstruos que adquieren forma animal. No se trata ya de esa continua lucha del hombre y naturaleza. La pregunta, sin duda, es otra: ¿cómo lidiar con el cuerpo, con la identidad, una vez que la tecnología se ha incorporado a la cultura?
Parece que el organismo como unidad autónoma queda desfasada, incompleta y en involución frente a los tiempos que corren. Artaud ya había sido capaz de evidenciar esas incongruencias, esas incapacidades del organismo que, según él, no se ajustaban a sus necesidades. Sus dibujos testimoniaban esa fragmentación del ser a través de cabezas flotantes en papel; cuerpos desprovistos de extremidades; fracciones de cuerpo entretejidas a línea en un descuartizamiento voluntario. Hay en todo esto un sentimiento de ausencia que nace de ese sujeto dividido;“El hombre se ha convertido, para el mismo, totalmente inabarcable”.
En Videodrome (1983) y Crash (1996), en especial, parece subyacer una teoría que se vincula a la filosofía de la nueva carne y el deseo, plasmado en Mil Mesetas (1980), de Gilles Deleuze y Félix Guattari; el cuerpo, según estos, “es un fenómeno de acumulación, de coagulación, de sedimentación que le impone formas funciones, uniones, organizaciones dominantes y jerarquizadas, transcendencias organizadas para extraer de él un trabajo útil”[i]. Sus palabras, por su puesto y si atendemos a su teoría rizomática, destilan ese mismo desazón de Artaud por el cuerpo.  
Sin embargo, el organismo cronenbergiano  es un exuberante abanico de órganos frente al cuerpo sin órganos de Artaud, donde la carne y el metal en Crash  y la mutación en Videodrome surgen de manera virulenta y descontrolada.  En Crash, asistimos al flujo continuo de tráfico; las autopistas siempre presentes en cada escena como telón de fondo, parecen advertir cómo la urbe deja de ser humana para convertirse en una inmensa carrocería de metal. En esta disposición, el accidente automovilístico obtiene un explícito carácter erótico cuando el cuerpo queda sometido a sus violentas colisiones, mientras que la perfecta y absoluta fusión solo puede ser abrazada a través de la muerte.
Por otro lado, Videdrome ofrece  un cuerpo sujeto a una serie de mutaciones cuya causa se encuentra en un video snuff, creado con el fin de ejercer un poder de control sobre el individuo. La televisión se inserta en el cuerpo como una especie de prótesis, mientras que el vientre se abre a modo de vagina dentada devoradora de VHS. La televisión en relación con la violencia, degrada la mirada del televidente generando alucinaciones que convierten el cuerpo en máquina. Además, el protagonista  sufre como consecuencia una tecnofobia cuando éste es consciente de la alteridad abyecta del hombre-máquina.
 Lo maquínico, por tanto, pasa a ser el suplente simbólico de la animalidad en el imaginario postindustrial; los monstruos actuales ya no se pueden ligar a la sublimidad de lo deforme, sino al contrario: lo otro se encuentra enjaulado en el propio cuerpo y, por tanto, no hablamos de lo monstruoso únicamente en su aspecto físico. Los personajes de Cronenberg reflejan el exceso, la perversión y la abyección de la identidad, consecuencia de la cultura occidental; el yo se encuentra afincado en la interioridad subjetiva.
Todas estas consideraciones se encuentran prácticamente en estos dos filmes de la nueva carne, vinculada a la máquina deseante, la metamorfosis y  la dualidad cuerpo-mente; es el enlace contra natura y paradójico de la carne y el metal, un discurso del terror post-industrial del cuerpo en un mundo donde lo tecnológico “se nos escapa de las manos”. La máquina se asocia al otro, pero también al otro yo, ya que se vuelve extraño para sí mismo, como vemos en Cronenberg. Y sin embargo, a pesar de ese contra de lo tecnológico, surge una fascinación en torno a esa paulatina desaparición de corporalidad, produciéndose una ambivalencia tecnofilia/tecnofobia cronenbergiana.
Además, ambas películas condensan una asociación sexual entre lo orgánico e inorgánico (carne-metal) como reflejo de ese aspecto fetichista que la cultura occidental establece con los objetos. Nuestro organismo deja de ser uno para ser muchos; nuevos órganos constituirán apéndices que nos coloquen más allá de los límites de nuestra piel (como la mano-pistola de Max Renn en Videodrome). Así es la nueva carne; un deseo de corporalidad de tacto sintético acorde a una nueva era tecnológica.

David Cronenberg durante el rodaje de Crash (1996)



[i] Mil Mesetas, Deleuze y Guattari, Pre-Textos, 2002, p.164

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