“Soy el mundo del video
personificado […] larga vida a la carne nueva”. Con estas palabras, Max Renn
(James Woods) olvida el drama, el horror de la metamorfosis, en pos de una
nueva era en que la fusión de carne y máquina es realidad.
Como una premonición
prefuturista, el cineasta canadiense David Cronenberg crea en sus filmes un mundo sumido en el caos
de la abyección maquínica, en el que el organismo ya no se contiene en sí mismo
y a la vez es máquina. Pero no es una metamorfosis cualquiera; Cronenberg
plantea una fusión adaptada a un mundo en que lo monstruoso necesita ser readaptado.
El imperio de la cultura de masas ya no puede seguir transformando a sus
figuras de terror en clásicos monstruos que adquieren forma animal. No se trata
ya de esa continua lucha del hombre y naturaleza. La pregunta, sin duda, es
otra: ¿cómo lidiar con el cuerpo, con la identidad, una vez que la tecnología se
ha incorporado a la cultura?
Parece que el organismo como unidad autónoma queda desfasada,
incompleta y en involución frente a los tiempos que corren. Artaud ya había sido capaz de evidenciar esas incongruencias, esas incapacidades del
organismo que, según él, no se ajustaban a sus necesidades. Sus dibujos
testimoniaban esa fragmentación del ser a través de cabezas flotantes en papel;
cuerpos desprovistos de extremidades; fracciones de cuerpo entretejidas a línea
en un descuartizamiento voluntario. Hay en todo esto un sentimiento de ausencia
que nace de ese sujeto dividido;“El
hombre se ha convertido, para el mismo, totalmente inabarcable”.
En Videodrome (1983) y Crash (1996), en especial, parece subyacer
una teoría que se vincula a la filosofía de la nueva carne y el deseo, plasmado
en Mil Mesetas (1980),
de Gilles Deleuze y Félix Guattari; el cuerpo, según
estos, “es un fenómeno de acumulación, de
coagulación, de sedimentación que le impone formas funciones, uniones,
organizaciones dominantes y jerarquizadas, transcendencias organizadas para
extraer de él un trabajo útil”[i].
Sus palabras, por su puesto y si atendemos a su teoría rizomática,
destilan ese mismo desazón de Artaud por el cuerpo.
Sin embargo, el organismo cronenbergiano es un exuberante abanico de órganos frente al
cuerpo sin órganos de Artaud, donde la carne y el metal en Crash y la mutación en Videodrome surgen de manera virulenta y
descontrolada. En Crash, asistimos al flujo continuo de tráfico; las autopistas
siempre presentes en cada escena como telón de fondo, parecen advertir cómo la urbe
deja de ser humana para convertirse en una inmensa carrocería de metal. En esta
disposición, el accidente automovilístico obtiene un explícito carácter erótico
cuando el cuerpo queda sometido a sus violentas colisiones, mientras que la
perfecta y absoluta fusión solo puede ser abrazada a través de la muerte.
Por otro lado, Videdrome ofrece
un cuerpo sujeto a una serie de
mutaciones cuya causa se encuentra en un video snuff, creado con el fin de ejercer un poder de
control sobre el individuo. La televisión se inserta en el cuerpo como una
especie de prótesis, mientras que el vientre se abre a modo de vagina dentada
devoradora de VHS. La televisión en relación con la violencia, degrada la mirada
del televidente generando alucinaciones que convierten el cuerpo en máquina.
Además, el protagonista sufre como
consecuencia una tecnofobia cuando éste es consciente de la alteridad abyecta
del hombre-máquina.
Lo maquínico, por tanto, pasa a
ser el suplente simbólico de la animalidad en el imaginario postindustrial; los
monstruos actuales ya no se pueden ligar a la sublimidad de lo deforme, sino al
contrario: lo otro se encuentra
enjaulado en el propio cuerpo y, por tanto, no hablamos de lo monstruoso únicamente
en su aspecto físico. Los personajes de Cronenberg reflejan el exceso, la
perversión y la abyección de la identidad, consecuencia de la cultura
occidental; el yo se encuentra afincado
en la interioridad subjetiva.
Todas estas
consideraciones se encuentran prácticamente en estos dos filmes de la nueva
carne, vinculada a la máquina deseante, la metamorfosis y la dualidad cuerpo-mente; es el enlace contra
natura y paradójico de la carne y el metal, un discurso del terror
post-industrial del cuerpo en un mundo donde lo tecnológico “se nos escapa de
las manos”. La máquina se asocia al otro,
pero también al otro yo, ya que
se vuelve extraño para sí mismo, como vemos en Cronenberg. Y sin embargo, a
pesar de ese contra de lo tecnológico,
surge una fascinación en torno a esa paulatina desaparición de corporalidad, produciéndose
una ambivalencia tecnofilia/tecnofobia cronenbergiana.
Además, ambas
películas condensan una asociación sexual entre lo orgánico e inorgánico (carne-metal)
como reflejo de ese aspecto fetichista que la cultura occidental establece con los
objetos. Nuestro organismo deja de ser uno
para ser muchos; nuevos órganos constituirán
apéndices que nos coloquen más allá de los límites de nuestra piel (como la
mano-pistola de Max Renn en Videodrome).
Así es la nueva carne; un deseo de corporalidad de tacto
sintético acorde a una nueva era tecnológica.
David Cronenberg durante el rodaje de Crash (1996) |